La culpa la tuvo el Whatsapp
Icq, un viaje de ida
Prehistórico parece nombrarlo. Un adolescente no
tiene idea de qué es. Hasta su sigla parece algo extraño.
ICQ, yo fui una de las primeras en tenerte. Primeras
dentro de mi grupo de amigas del colegio. Sí, como hija de padres separados de
los años 90 --cosa que no era tan “normal” como lo es ahora--, me consentían
bastante.
Ahí estaba: con 13 años, computadora en mi propio cuarto y un ruidito inconfundible, que cada dos o tres segundos me avisaba la llegada de un nuevo mensaje de algún desconocido, porque en ese momento, todavía nadie conocido usaba esta novedosa aplicación social.
Pero, detrás de ese armatoste de pantalla, no estaba
yo sola. Amigas, compañeras de colegio, púberes excitadas de conocer a ese amor
de la vida que suponía estar esperando al otro lado de la pantalla. Nos pasábamos la tarde así,
“chateando” con ese grupo de otros chicos --o así nos hacían creer-- que
estaban interesados en nosotras, que tenían los mismos gustos, y que nos íbamos
a encontrar pronto –eso nunca sucedió--.
Era divertido porque compartíamos algo distinto al
colegio, las tareas, era una nueva red social, pero que a la vez que nos
conectaba con el mundo virtual, no nos desconectaba entre nosotras. Estábamos 4
o 5 chicas hablando, riéndonos, comentando que nos escribían o qué
respondíamos. Sí, frente a una pantalla, pero también frente a nosotras mismas,
y las miradas cómplices las seguíamos cruzando.
Como internet era por teléfono, no podíamos estar
más que una hora como mucho, antes que alguna de mis hermanas mayores empiecen
a los gritos porque querían hablar con sus novios –estos sí, reales--, o mi
mamá con su fanatismo por hablar con quien fuese.
Era una conexión con los otros donde la conexión
con nosotros mismos no se perdía. Algo así como un hobbie que nos hacía
entrenar las manos, y por lo menos a mí, me sirvió para convertirme en un "as" en la rapidez que tengo para escribir en el teclado.
El ICQ, por lo menos en nuestros comienzos, cuando
lista del chat era de desconocidos,
tenía un fin: el conocer a ese novio cibernético ideal. Irreal.
Después de unos meses, dejamos de juntarnos frente
a la máquina para juntarnos en el parque que quedaba cerca, porque allí fue donde
encontramos esa persona real, pero ese es otro tema, que tal vez contaré en
algún otro momento.
De a poco, este programa de mensajería
instantánea se volvió masiva: Ya dejábamos de juntarnos para chatear juntas y
ahora nuestros encuentros eran cibernéticos. Cada una sola en su casa frente a
la computadora, solas, aunque creíamos que estar chateando era estar juntas y conectadas.
El Icq fue el padre del Messenger. Así, las conversaciones
en vivo empezaron, poco a poco, a perder protagonismo para ser leídas o
escritas --lástima que esto no haya servido tampoco para mejorar la ortografía
colectiva. Algunos siguen escribiendo “hiba”, o, como en mi caso, cuando
escribo “todavía” me tengo que acordar de mi mamá diciéndome “B” de burro no
“V” de vaca, y simulando que las “VB” sonaban distintas, cuando para mi era lo
mismo--.
Celulares al ataque
Una vez me pasó que estaba en el pediatra de mis
hijos, y estaba otra mamá con sus dos hijos, que juntos, no superaban los 11
años. Cada uno, en su mano, tenía un celular…propio.
Sí, acá vendría la opinión/crítica de un extra a
mi pensamiento diciéndome que no me haga la hippie, o que me adapte al siglo
que estamos. Ni soy hippie, ni soy una desadaptada social/tecnológica. Es más,
esto lo escribo a partir de la abstinencia (física y real) que sentí al perder
mi whatsapp, pero eso se los voy a contar más adelante.
Mi primer celular me lo compró mi Papá cuando
tenía algo así como 16 o 17 años, y en ese momento, era una “suertuda” y super avanzada.
La compra, esta vez no fue para consentirme si no porque una de mis hermanas, que
ya iba a la facultad, la dimos por desaparecida, secuestrada, descuartizada porque durante 2 horas no conocíamos su paradero. No estaba ni en la
casa, ni en la facultad, ni en ningún lugar que nosotros creíamos que tenía que
estar. A partir de ahí la prevención, para los adultos, fue que sus hijos
necesitaban tener un celular para avisar a donde iban o venían –Raro, porque si a uno lo secuestran o se lo descuartizan no lo va a poder usar--. Ahí salíamos: mi hermana, la ex no
secuestrada y yo con nuestros lindos celulares semiplateados, y la más grande,
con las manos vacías, cosa que aún hoy no entendemos por qué a ella no se le
compró el super celular de la protección. Unos días después, la culpa paterna
pudo más, y le regaló el suyo.
Las funciones de los celulares eran para llamar o
atender. La voz era la protagonista. También para usar como reloj despertador.
Luego llegaron las nuevas funciones, con esos
mensajitos de texto que te ahorraban saliva pero no el bolsillo, porque uno
terminaba manteniendo conversaciones y cada mensaje salía carísimo.
Recuerdo que me sacaba de quicio que mi Mamá
responda “Ok” --cosa que hoy hace por mensaje de audio--¿No entendía ella que
ese mensaje mínimo terminaba dejándola sin crédito? Pero era cierto su
argumento: si no respondo no saben que recibí el mensaje. Aunque, si al que le
llegó el “ok”, no responde, el emisor del primer “ok” no sabe que llegó su ok.
En
fin, ahí empezó la desconexión.¿Cuándo termina una conversación escrita? ¿Es
realmente una conversación? Porque a mí, en el colegio, y sobre todo en la
vida, me enseñaron que los gestos también hablan.
Telefóno compuesto, mensaje
descompuesto
Pónganse a pensar esto: ¿Cuántas veces se
pelearon, discutieron, se sintieron mal, se enojaron, se emocionaron por un
mensaje que leyeron de tal modo, cuando el emisor quiso escribirlo de otro?
Ahí está el punto, cuando una conversación deja de
serlo porque se pierde el ida y vuelta.
Hace poco me pasó, que una persona --con toda su razón--
me dijo que tenía un modo autoritario de decir las cosas. Si bien, tiene razón
y es algo que trabajo en terapia todos los jueves, esa persona se refería a mi
manera de escribir por Whatsapp o mensajes de texto (¿?). Sí, decía que no es
lo mismo “decir”: “Venís a las 5”, que “¿Venís a las 5?”. Entendí el punto e
intenté cambiarlo, pero lo que esa persona nunca entendió fue que, por lo menos en ese momento, no estaba siendo autoritaria, sólo que me
había olvidado del signo de interrogación. Mi error: escribir mal. Error social:
creer que conversamos vía palabras escritas en una mini pantalla.
Y así...miles. Hasta llantos dramáticos salieron de
mis ojos después de leer mensajes que luego me dijeron que había delirado porque la intención era otra.
Lo cierto es que todo este camino empezó con un
grupo de amigas/os detrás de una computadora por diversión y ganas de conocer algo nuevo, extraordinario. Luego el grupo empezó a dividirse
y convertirse de a poco en algo virtual, y aquellas que no tenían ese medio
para comunicarse, poco a poco empezaron a quedar afuera de las conversaciones
diarias. La conexión virtual empezaba a
tomar más sopa y la conexión real estaba en huelga de hambre.
Las palabras empezaron a estar acompañas de a poco
con caritas, corazones, manos, dibujitos que acompañaban ese estado que se
quería compartir, o mismo, que ocupaban el lugar de la palabra. Y con esos
dibujos, llegó la posibilidad de compartir nuestras fotos --y vida entera--. Pero
ojo, tal vez no compartirla con quienes, en la vida real, quisiésemos o pudiésemos hacerlo.
Llegó Facebook, la compañía de la
soledad
No me voy a poner a hacer un análisis sociológico
del Facebook, no sólo porque considero que no tengo las herramientas
suficientes, sino porque, al ser sincera, esta red social fue fundamental para
un momento de mi vida --no lo digo con orgullo sino más bien con un poco de
vergüenza y de sentimiento bizarro--.
Que alguien que vaya en el colectivo se anime a
gritar: “Levante la mano el que no tiene Facebook”, y si alguien lo hace, por
favor, preséntenmelo/a.
Los orígenes de esta red los podemos ver en la
película de Max Z. --difícil el apellido para escribir, y no tengo ganas de
googlear--.
Tengo un enganche entre el Facebook y la
maternidad que no puedo desasociar. Por más que encuentro “recuerdos” y fotos
subidas en mis épocas de no mamá, no son las que más me interese desarrollar --Sí, todos sabemos que este medio se usa para levantar, chamuyar, controlar,
aumentar el autoestima, criticar, mirar a tus compañeros de hace 20 años atrás,
a tus ex, etc, etc, etc--.
Cuando fui mamá de mi primer hijo no había día en
que no suba una foto de él o con él: Desde yo recién parida, pasando por él con
cara de enojo, feliz, dormido, vomitado, balbuceando, enfermo, comiendo,
nadando, gritando, y todo lo que se puedan imaginar que hace un bebé. Al
principio, mis ”amigos” de Facebook, comentaban todas las fotos y ponían esa
manito para arriba, que en ese momento no era un contador de
popularidad, como ahora; luego había escasees de comentarios o fotos pasadas por alto. Hasta
que una vez, un hombre, amigo de mi mamá, me dijo: “Lo conozco a Joaquín más
que vos, por el bombardeo de fotos que subís todos los días, eh”. Chiste.
Chiste real.
Me sentí mal, pero no por las fotos, si no porque,
nuevamente con terapia, entendí porqué lo hacía - Acá no estoy criticando a
todos los que suben fotos de sus hijos hasta haciendo su primera caca en el
baño, porque yo hoy, si bien con mayor moderación gracias a poder desplazar mi
energía, por ejemplo, en este escrito, puedo evitarlo--. Entendí que cuando yo
ponía algo de mi hijo en esta red, y alguien lo comentaba, no me sentía sola. Por
un lado estaba buenísimo, pero por otro, viéndolo después de 4 años, no está
tan bueno no sentirte solo cuando lo estás, porque atravesar las situaciones
difíciles en el momento justo, hace que uno salga mejor parado y más rápido.
Pasé varios meses así: subiendo y contando todo lo que pasaba en mi casa, y aunque yo pensaba que en ella estaban todos esos “amigos” que comentaban, lo real es que estábamos solo Joaquín y yo, y lamentablemente, en ese momento, no me di cuenta que eso ya era mucho, muchísimo. Vivía más pendiente de que el otro comente y comparta el momento de mi hijo conmigo, que vivirlo yo misma con él.
Pasé varios meses así: subiendo y contando todo lo que pasaba en mi casa, y aunque yo pensaba que en ella estaban todos esos “amigos” que comentaban, lo real es que estábamos solo Joaquín y yo, y lamentablemente, en ese momento, no me di cuenta que eso ya era mucho, muchísimo. Vivía más pendiente de que el otro comente y comparta el momento de mi hijo conmigo, que vivirlo yo misma con él.
Repito, con esto no quiero decir que todos los que
compartan cosas es porque se sienten solos. Es lo que me pasó a mi en ese
momento, con esa necesidad frenética de sacar la foto para subirla y que
alguien me diga : “Uauu se para!”.
Hoy, comparto mi vida, porque también me gusta que vean a mis hijos, el laburo que hago, las ideas políticas que tengo, cosas que escribo –como esta-- o simplemente, porque soy una víctima más de la virtualidad fanfarrona de este siglo. Igual, no soy resentida con Facebook, al contrario, gracias a este medio, conocí gente muy hermosa, con la que logré grandes y bellas cosas, con las que comparto ideas, también para ver a ese amigo o primo que vive lejos, o a mis sobrinos que no veo todos los días. Es una parte más en el día. Pero, por suerte, ya no existe la necesidad de tener que entrar cada vez que me pasa algo en mi vida real.
Hoy, comparto mi vida, porque también me gusta que vean a mis hijos, el laburo que hago, las ideas políticas que tengo, cosas que escribo –como esta-- o simplemente, porque soy una víctima más de la virtualidad fanfarrona de este siglo. Igual, no soy resentida con Facebook, al contrario, gracias a este medio, conocí gente muy hermosa, con la que logré grandes y bellas cosas, con las que comparto ideas, también para ver a ese amigo o primo que vive lejos, o a mis sobrinos que no veo todos los días. Es una parte más en el día. Pero, por suerte, ya no existe la necesidad de tener que entrar cada vez que me pasa algo en mi vida real.
El amor después del Blackberry
Ahí estaba, mi Gran Amor. Ese por el que yo estaba
obnubilada, porque cuando nos veíamos, aunque el celular sonase con alarma de ambulancia, se prendiese fuego o le llegasen
mil mensajes de texto, él no respondía. No voy a negar que mi mente paranoica hizo pensar, en un momento, que si no respondía era porque estaba de trampa, pero
comprobé que no era eso y que su “No me importa
el celular, estoy con vos, con ustedes”, era 100% real.
Eso fue al principio. Ahí el Whatsapp no existía.
Yo fui --como con el Icq-- la primera de los dos en comprarme un celular más tecnológico
y elitista para poder estar en contacto
con aquellos que también tenían ese teléfono. Así me compré mi primer Blackberry,
y como muchos conocidos también lo
tenían, podía escribirme con ellos las 24 horas del día y gratis.
Pero, él no. Él seguía centrado en su vida real,
dentro de la cual estábamos nosotros.Y, lamentablemente, fui yo misma la que le quemó tanto la cabeza y lo
terminó metiendo en este mundo de estar "cerca" de todos, pero lejos de uno. Así
fue cómo lo perdimos, y hoy me arrepiento. Nuestra conexión se desconectó.
Las miradas estaban más pendientes de la pantalla
que de lo que le pasaba al otro. En este caso me refiero a mi pareja de
entonces, pero veo que pasaba, y pasa en general.
Y, como todas las cosas en la vida en la que me
fanatizo, pero me aburro rápido, el Blackberry dejó de tener tanto lugar en mi
vida. Me lo olvidaba, lo perdía, no lo cargaba. Y ahí fue
él quien tomó ese artefacto y se convirtió en un alargue de su mano. Me acuerdo
que en repetidas ocasiones le decía --a veces en tono de pelea y otras nos reíamos--
que a todos lados iba con el celular en la mano, a todos,y él se excusaba que era porque en el bolsillo le molestaba.
Ya nos dejamos de reír entre nosotros para reírnos
con los mensajes que nos mandaban vía teléfono. Y hasta momentos antes de entrar a la sala de parto para darle la bienvenida al mundo a mi hija, los mensajes no dejaban de llegar ni de salir.
Igualmente, tampoco es que una separación se da
por culpa de un teléfono. Esa afirmación sería muy cobarde de mi parte. Pero,
hace dos o tres días, me di cuenta que sí, que gran parte de la rotura de una
pareja –o de una relación del tipo que sea-- es la falta de comunicación, y
esta viene aparejada de una conexión pendiente con los que están fuera de la
mirada de uno.
Y ahí llegó, el mal de todos los
males: ¡Maldito Whatsapp!
Se venía corriendo la bola que estaba por llegar
una super mega aplicación que iba a permitir estar conectados todos con todos
sin importar el modelo de teléfono que se tenga, y que iba a ser gratis. Algo
así como “chat para todos” --Es una ironía---
Circulo verde. Llegó. Y se fue la mirada real.
Todos estamos conectados todo el día, todos los
días.
Buen día Whatsapp. Desayunemos. Cambiemos a los
chicos para ir al jardín. La foto para mandarle al grupo de la abuela y
hermanas. La foto de la nena llorando para mandarle a las seños del jardín a
ver si dejó de llorar. En la vuelta a casa. Trabajemos Whatsapp. Te interrumpe
la nota la conversación que están teniendo en el grupo de las chicas del
colegio, te tomás cinco minutos. Una hora después estás en 5 grupos distintos y
te equivocas las respuestas. Fotos, mensajes, ruidos. Estimulo, estimulo,
estimulo. Se te pasa el día.
A todo esto, se suma el avance tecnológico de que
no solo se manden mensajes de texto sino también de voz. Y ahí sí, la
conversación hasta perdió su “c” inicial. Serían más monólogos que otra cosa. Una
vez me mandaron un mensaje de voz de 4 minutos. Sí, 4 minutos. Y no saben la
necesidad que yo tenía de hablar con esa persona, pero no así. Mi conversación
con alguien importante para mi vida no iba a ser con monólogos largos donde no
podamos mirarnos a la cara . Y así fue, la conversación quedó trunca, y la
culpable de “no querer hablar” fue mía --Entiéndase: para mi hablar con alguien
no es mandar audios. Los audios los uso para grabar entrevistas para el
trabajo--.
Vamos Whatsapp tengo que ir al baño, acompañame.
Me tengo que bañar, esperame. A preparar la cena, ayudame preguntándole a Mamá
por mensaje cuánto tarda en hacerse la carne. No te olvides de mandar un
mensaje de buenas noches.
Basta. Basta. Basta.
Por lo menos para mí. Pero, a medias. Sí, tengo
algo de necesidad por ese mundo metido dentro del círculo verde.
Comienzo de la desconexión virtual
Estábamos con mis hermanas en lo de mi mamá.
Charlando. Para que mi hija me deje un poco tranquila le di mi celular --Sí, no
me salten al cuello, ya se que no está tan bien, pero a veces con algo tenemos
que adiestrarlos, aunque sea un momento--.
Al rato, necesitaba revisar mi mundo verde, aunque
no había escuchado ningún ruido que me avisara que me habían mandado mensaje.
Le pido el celular, me lo da bloqueado, bloqueadísimo. Decía algo así como que
tenía que esperar 316.895 minutos para poder prenderlo y poner la contraseña.
Algo así como nueve meses. En el momento me relajé. Seguí charlando y comiendo,
y ya cuando vine a casa empecé a desesperar, pero haciéndome la relajada.
Google me ayudó a aceptar que iba a tener que resetear el celular, y muy
posiblemente, perder todos mis contactos. Mi mayor preocupación era porque en
Whatsapp tenía algunas conversaciones abiertas de laburo, pero bueno, no había
otra opción.
Antes que eso, empecé a revolver toda mi casa a
ver si encontraba un Blackberry viejo que tenia --ese culpable del quiebre al corazón--, y tal vez ahí, pueda abrir Whatsapp.
Revolví todo, y me empecé a poner muy nerviosa y malhumorada, y casi que casi
me olvido de que mis hijos tenían que bañarse y dormir, y yo ponerme a terminar
una nota que tenía que entregar al otro día a la mañana.
Dormí poco. Ya a la mañana siguiente, me animé y
restauré de cero al celular. Mucho miedo a perder todos los contactos. Empezó
de cero y poco a poco se cargaba uno y otro y otro contacto. Sí, tuve suerte.
Ya contenta, con mi celular 0km y con todos mis
contactos, bajo la aplicación por la cual ya estaba sintiendo abstinencia, pero
nada. No se instala. Una, y otra vez. Instalo y desinstalo pero sigue sin
funcionar. Me quedé sin Whatsapp.
Las últimas conversaciones importantes, además de
las de trabajo, era la del grupo de amigas donde habían contado un notición. En
realidad, un notición a medias, porque la confirmación iba a ser al otro día,
por
Whatsapp ¡Y yo, me quedé sin!
Me quise hacer la desentendida, pero quería saber
la confirmación y así como si nada, le mandé por Facebook un mensaje y lo
confirmó. A los pocos minutos, ya estaba en la casa con mi amiga, para
festejar. Amiga que vive a tan solo 3 cuadras de mi casa.
Ahí fue la primera vez que el sentí un ruido
extraño en mi cabeza, y no hablo del
“bipbip” que hace el del nuevo mensaje recibido.
¿Cómo podía yo quedarme esperando “en” el círculo verde semejante linda noticia cuando mi amiga, de toda la vida, vivía a 3 cuadras? ¿Podía ser tan bestia virtual? Eso fue el primer sacudón y el primer pie que saqué del enchufe. Pero todavía me quedaba otro.
¿Cómo podía yo quedarme esperando “en” el círculo verde semejante linda noticia cuando mi amiga, de toda la vida, vivía a 3 cuadras? ¿Podía ser tan bestia virtual? Eso fue el primer sacudón y el primer pie que saqué del enchufe. Pero todavía me quedaba otro.
Pasaron 2 o 3 días, y ya me empecé a acostumbrar.
Me prestaron un celular donde pude abrirlo, pero la verdad es que no me dieron
ganas de quedarme en ese mundo. Y pensé: no quiero salir del todo porque es
cierto que simplifica muchas cosas, que te enterás de cosas que tal vez no te
estén llamando para contarlas, o cosas prácticas o contactar gente de laburo,
etc; pero no quiero esa conexión enfermiza, que por lo menos, genera en mi,
hasta dolor de cabeza. Y tomé la decisión.
Si bien, en mi celular esta aplicación no funciona, podría llevarlo a algún servicio técnico o algo así. Pero no. Dicen por ahí que se puede tener el Whatsapp en la computadora, que es el medio donde yo paso 5/6/7 horas por día. --¿pensaron que iba a poner 6/7/8?--. Horas en las que estoy dedicada a mi trabajo, a mi escritura, a generar cosas nuevas, o al ocio también. Bueno, que en ese tiempo sea el de conexión con ese mundo virtual --y ya es bastante--, y fuera de esas horas, si necesitan comunicarme o necesito hacerlo yo, tengo otros medios.
Si bien, en mi celular esta aplicación no funciona, podría llevarlo a algún servicio técnico o algo así. Pero no. Dicen por ahí que se puede tener el Whatsapp en la computadora, que es el medio donde yo paso 5/6/7 horas por día. --¿pensaron que iba a poner 6/7/8?--. Horas en las que estoy dedicada a mi trabajo, a mi escritura, a generar cosas nuevas, o al ocio también. Bueno, que en ese tiempo sea el de conexión con ese mundo virtual --y ya es bastante--, y fuera de esas horas, si necesitan comunicarme o necesito hacerlo yo, tengo otros medios.
Esta decisión fue porque pude sacar la otra pata de
este enchufe adictivo virtual ,ayer, cuando iba al psicólogo. Iba pensando en
todo esto, y empecé a sentir como una abstinencia real, como cuando deje el
cigarrillo: ansiedad, hiperexcitación, dolor de cabeza. Eso me pasaba mientras
pensaba en que no iba a estar conectada todo el tiempo. Y, a eso se suma, que
mientras iba en el colectivo, de los 5 asientos de atrás, en 4 de ellos iban
personas de todo tamaño, sexo y color, con sus celulares y las miradas bajas. Pensé: si ahora chocamos y nos morimos todos lo último que ellos vieron es la
pantalla de su celuar. Ahí, miré por la ventana esa sensación física que describí
antes se me fue. Sentí que la cabeza ya no me pesaba tanto, y tenía menos
contractura. Miré para afuera, a los árboles, por si llegaba a suceder mi
predicción, Y, antes de bajar del colectivo me puse a pensar en el dibujo de la
evolución humana, y donde nuestros comienzos son como monos encorvados. Miré de
nuevo a los chicos que estaban mirando su celular, y estaban tan encorvados como
ellos.
Sepan entender si alguna vez pierdo la mirada de
este escrito y vuelvo a la pantalla. Hay veces que es necesario conectarnos con
la vida ajena para no atravesar lo que sucede realmente en la nuestra.
.
Ceci
2 comentarios:
Genia!!! Es taaan cierto... no podía parar de leer....me sentí mono ahora te llamo jajajaja
Genia Ce!!!!!
Muy fuerte lo de Whatsapp...yo nunca tuve ICQ y fui la última en tener celu y face --- y whatssapp también! Pero si, son ciertas las dos cosas. Es una involución, una desconexión con uno mismo, perooo ... a veces una escapatoria salvadora de alguna que otra oscuridad que se esté transitando! Te quiero amiga! Seguí escribiendo!
Publicar un comentario