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viernes, 28 de agosto de 2015

Conexión desconectada.


La culpa la tuvo el Whatsapp

Icq, un viaje de ida
Prehistórico parece nombrarlo. Un adolescente no tiene idea de qué es. Hasta su sigla parece algo extraño.
ICQ, yo fui una de las primeras en tenerte. Primeras dentro de mi grupo de amigas del colegio. Sí, como hija de padres separados de los años 90 --cosa que no era tan “normal” como lo es ahora--, me consentían bastante.
Ahí estaba: con 13 años, computadora en mi propio cuarto y un ruidito inconfundible, que cada dos o tres segundos me avisaba la llegada de un nuevo mensaje de algún desconocido, porque en ese momento, todavía nadie conocido usaba esta novedosa aplicación social.
Pero, detrás de ese armatoste de pantalla, no estaba yo sola. Amigas, compañeras de colegio, púberes excitadas de conocer a ese amor de la vida que suponía estar esperando al otro lado de la pantalla. Nos pasábamos la tarde así, “chateando” con ese grupo de otros chicos --o así nos hacían creer-- que estaban interesados en nosotras, que tenían los mismos gustos, y que nos íbamos a encontrar pronto –eso nunca sucedió--.
Era divertido porque compartíamos algo distinto al colegio, las tareas, era una nueva red social, pero que a la vez que nos conectaba con el mundo virtual, no nos desconectaba entre nosotras. Estábamos 4 o 5 chicas hablando, riéndonos, comentando que nos escribían o qué respondíamos. Sí, frente a una pantalla, pero también frente a nosotras mismas, y las miradas cómplices las seguíamos cruzando.
Como internet era por teléfono, no podíamos estar más que una hora como mucho, antes que alguna de mis hermanas mayores empiecen a los gritos porque querían hablar con sus novios –estos sí, reales--, o mi mamá con su fanatismo por hablar con quien fuese.
Era una conexión con los otros donde la conexión con nosotros mismos no se perdía. Algo así como un hobbie que nos hacía entrenar las manos, y por lo menos a mí,  me sirvió para convertirme en un "as" en la rapidez que tengo para escribir en el teclado.
El ICQ, por lo menos en nuestros comienzos, cuando lista  del chat era de desconocidos, tenía un fin: el conocer a ese novio cibernético ideal. Irreal.
Después de unos meses, dejamos de juntarnos frente a la máquina para juntarnos en el parque que quedaba cerca, porque allí fue donde encontramos esa persona real, pero ese es otro tema, que tal vez contaré en algún otro momento.
De a poco, este programa de mensajería instantánea se volvió masiva: Ya dejábamos de juntarnos para chatear juntas y ahora nuestros encuentros eran cibernéticos. Cada una sola en su casa frente a la computadora, solas, aunque creíamos que estar chateando era estar juntas y conectadas.
El Icq fue el padre del Messenger. Así, las conversaciones en vivo empezaron, poco a poco, a perder protagonismo para ser leídas o escritas --lástima que esto no haya servido tampoco para mejorar la ortografía colectiva. Algunos siguen escribiendo “hiba”, o, como en mi caso, cuando escribo “todavía” me tengo que acordar de mi mamá diciéndome “B” de burro no “V” de vaca, y simulando que las “VB” sonaban distintas, cuando para mi era lo mismo--.

Celulares al ataque
Una vez me pasó que estaba en el pediatra de mis hijos, y estaba otra mamá con sus dos hijos, que juntos, no superaban los 11 años. Cada uno, en su mano, tenía un celular…propio.
Sí, acá vendría la opinión/crítica de un extra a mi pensamiento diciéndome que no me haga la hippie, o que me adapte al siglo que estamos. Ni soy hippie, ni soy una desadaptada social/tecnológica. Es más, esto lo escribo a partir de la abstinencia (física y real) que sentí al perder mi whatsapp, pero eso se los voy a contar más adelante.
Mi primer celular me lo compró mi Papá cuando tenía algo así como 16 o 17 años, y en ese momento, era una “suertuda” y super avanzada. La compra, esta vez no fue para consentirme si no porque una de mis hermanas, que ya iba a la facultad, la dimos por desaparecida, secuestrada, descuartizada porque durante 2 horas no conocíamos su paradero. No estaba ni en la casa, ni en la facultad, ni en ningún lugar que nosotros creíamos que tenía que estar. A partir de ahí  la prevención, para los adultos, fue que sus hijos necesitaban tener un  celular para avisar a donde iban o venían –Raro, porque si a uno lo secuestran o  se lo descuartizan no lo va a poder usar--. Ahí salíamos: mi hermana, la ex no secuestrada y yo con nuestros lindos celulares semiplateados, y la más grande, con las manos vacías, cosa que aún hoy no entendemos por qué a ella no se le compró el super celular de la protección. Unos días después, la culpa paterna pudo más, y le regaló el suyo.
Las funciones de los celulares eran para llamar o atender. La voz era la protagonista. También para usar como reloj despertador.
Luego llegaron las nuevas funciones, con esos mensajitos de texto que te ahorraban saliva pero no el bolsillo, porque uno terminaba manteniendo conversaciones y cada mensaje salía carísimo.
Recuerdo que me sacaba de quicio que mi Mamá responda “Ok” --cosa que hoy hace por mensaje de audio--¿No entendía ella que ese mensaje mínimo terminaba dejándola sin crédito? Pero era cierto su argumento: si no respondo no saben que recibí el mensaje. Aunque, si al que le llegó el “ok”, no responde, el emisor del primer “ok” no sabe que llegó su ok.

En fin, ahí empezó la desconexión.¿Cuándo termina una conversación escrita? ¿Es realmente una conversación? Porque a mí, en el colegio, y sobre todo en la vida, me enseñaron que los gestos también hablan.

Telefóno compuesto, mensaje descompuesto
Pónganse a pensar esto: ¿Cuántas veces se pelearon, discutieron, se sintieron mal, se enojaron, se emocionaron por un mensaje que leyeron de tal modo, cuando el emisor quiso escribirlo de otro?
Ahí está el punto, cuando una conversación deja de serlo porque se pierde el ida y vuelta.
Hace poco me pasó, que una persona --con toda su razón-- me dijo que tenía un modo autoritario de decir las cosas. Si bien, tiene razón y es algo que trabajo en terapia todos los jueves, esa persona se refería a mi manera de escribir por Whatsapp o mensajes de texto (¿?). Sí, decía que no es lo mismo “decir”: “Venís a las 5”, que “¿Venís a las 5?”. Entendí el punto e intenté cambiarlo, pero lo que esa persona nunca entendió fue que, por lo menos en ese momento, no estaba siendo autoritaria, sólo que me había olvidado del signo de interrogación. Mi error: escribir mal. Error social: creer que conversamos vía palabras escritas en una mini pantalla.
Y así...miles. Hasta llantos dramáticos salieron de mis ojos después de leer mensajes que luego me dijeron que había  delirado porque la intención era otra.
Lo cierto es que todo este camino empezó con un grupo de amigas/os detrás de una computadora por diversión y ganas de conocer algo nuevo, extraordinario. Luego el grupo empezó a dividirse y convertirse de a poco en algo virtual, y aquellas que no tenían ese medio para comunicarse, poco a poco empezaron a quedar afuera de las conversaciones diarias. La conexión  virtual empezaba a tomar más sopa y la conexión real estaba en huelga de hambre.
Las palabras empezaron a estar acompañas de a poco con caritas, corazones, manos, dibujitos que acompañaban ese estado que se quería compartir, o mismo, que ocupaban el lugar de la palabra. Y con esos dibujos, llegó la posibilidad de compartir nuestras fotos --y vida entera--. Pero ojo, tal vez no compartirla con quienes, en la vida real, quisiésemos o pudiésemos hacerlo.

Llegó Facebook, la compañía de la soledad
No me voy a poner a hacer un análisis sociológico del Facebook, no sólo porque considero que no tengo las herramientas suficientes, sino porque, al ser sincera, esta red social fue fundamental para un momento de mi vida --no lo digo con orgullo sino más bien con un poco de vergüenza y de sentimiento bizarro--.
Que alguien que vaya en el colectivo se anime a gritar: “Levante la mano el que no tiene Facebook”, y si alguien lo hace, por favor, preséntenmelo/a.
Los orígenes de esta red los podemos ver en la película de Max Z. --difícil el apellido para escribir, y no tengo ganas de googlear--.
Tengo un enganche entre el Facebook y la maternidad que no puedo desasociar. Por más que encuentro “recuerdos” y fotos subidas en mis épocas de no mamá, no son las que más me interese desarrollar --Sí, todos sabemos que este medio se usa para levantar, chamuyar, controlar, aumentar el autoestima, criticar, mirar a tus compañeros de hace 20 años atrás, a tus ex, etc, etc, etc--.
Cuando fui mamá de mi primer hijo no había día en que no suba una foto de él o con él: Desde yo recién parida, pasando por él con cara de enojo, feliz, dormido, vomitado, balbuceando, enfermo, comiendo, nadando, gritando, y todo lo que se puedan imaginar que hace un bebé. Al principio, mis ”amigos” de Facebook, comentaban todas las fotos y ponían esa manito para arriba, que en ese momento no era un contador de popularidad, como ahora; luego había escasees de comentarios o fotos pasadas por alto. Hasta que una vez, un hombre, amigo de mi mamá, me dijo: “Lo conozco a Joaquín más que vos, por el bombardeo de fotos que subís todos los días, eh”. Chiste. Chiste real.
Me sentí mal, pero no por las fotos, si no porque, nuevamente con terapia, entendí porqué lo hacía - Acá no estoy criticando a todos los que suben fotos de sus hijos hasta haciendo su primera caca en el baño, porque yo hoy, si bien con mayor moderación gracias a poder desplazar mi energía, por ejemplo, en este escrito, puedo evitarlo--. Entendí que cuando yo ponía algo de mi hijo en esta red, y alguien lo comentaba, no me sentía sola. Por un lado estaba buenísimo, pero por otro, viéndolo después de 4 años, no está tan bueno no sentirte solo cuando lo estás, porque atravesar las situaciones difíciles en el momento justo, hace que uno salga mejor parado y más rápido. 
Pasé varios meses así: subiendo y contando todo lo que pasaba en mi casa, y aunque yo pensaba que en ella estaban todos esos “amigos”  que comentaban, lo real es que estábamos solo Joaquín y yo, y lamentablemente, en ese momento, no me di cuenta que eso ya era mucho, muchísimo. Vivía más pendiente de que el otro comente y comparta el momento de mi hijo conmigo, que vivirlo yo misma con él.
Repito, con esto no quiero decir que todos los que compartan cosas es porque se sienten solos. Es lo que me pasó a mi en ese momento, con esa necesidad frenética de sacar la foto para subirla y que alguien me diga : “Uauu se para!”.
 Hoy, comparto mi vida, porque también me gusta que vean a mis hijos, el laburo que hago, las ideas políticas que tengo, cosas que escribo –como esta-- o simplemente, porque soy una víctima más de la virtualidad fanfarrona de este siglo. Igual, no soy resentida con Facebook, al contrario, gracias a este medio, conocí gente muy hermosa, con la que logré grandes y bellas cosas, con las que comparto ideas, también para ver a ese amigo o primo que vive lejos, o a mis sobrinos que no veo todos los días. Es una parte más en el día. Pero, por suerte, ya no existe la necesidad de tener que entrar cada vez que me pasa algo en mi vida real. 

El amor después del Blackberry
Ahí estaba, mi Gran Amor. Ese por el que yo estaba obnubilada, porque cuando nos veíamos, aunque el celular sonase con alarma de ambulancia, se prendiese fuego o le llegasen mil mensajes de texto, él no respondía. No voy a negar que mi mente paranoica hizo pensar, en un momento, que si no respondía era porque estaba de trampa, pero comprobé que no era eso y que su “No me importa el celular, estoy con vos, con ustedes”, era 100% real. 
Eso fue al principio. Ahí el Whatsapp no existía. Yo fui --como con el Icq-- la primera de los dos en comprarme un celular más tecnológico y elitista para  poder estar en contacto con aquellos que también tenían ese teléfono. Así me compré mi primer Blackberry, y como muchos  conocidos también lo tenían, podía escribirme con ellos las 24 horas del día y gratis.
Pero, él no. Él seguía centrado en su vida real, dentro de la cual estábamos nosotros.Y, lamentablemente, fui  yo misma la que le quemó tanto la cabeza y lo terminó metiendo en este mundo de estar "cerca" de todos, pero lejos de uno. Así fue cómo lo perdimos, y hoy me arrepiento. Nuestra conexión se desconectó.
Las miradas estaban más pendientes de la pantalla que de lo que le pasaba al otro. En este caso me refiero a mi pareja de entonces, pero veo que pasaba, y pasa en general.
Y, como todas las cosas en la vida en la que me fanatizo, pero me aburro rápido, el Blackberry dejó de tener tanto lugar en mi vida. Me lo olvidaba, lo perdía, no lo cargaba. Y ahí fue él quien tomó ese artefacto y se convirtió en un alargue de su mano. Me acuerdo que en repetidas ocasiones  le decía --a veces en tono de pelea y otras nos reíamos-- que a todos lados iba con el celular en la mano, a todos,y él se excusaba que era porque en el bolsillo le molestaba.
Ya nos dejamos de reír entre nosotros para reírnos con los mensajes que nos mandaban vía teléfono. Y hasta momentos antes de entrar a la sala de parto para darle la bienvenida al mundo a mi hija, los mensajes no dejaban de llegar ni de salir.
Igualmente, tampoco es que una separación se da por culpa de un teléfono. Esa afirmación sería muy cobarde de mi parte. Pero, hace dos o tres días, me di cuenta que sí, que gran parte de la rotura de una pareja –o de una relación del tipo que sea-- es la falta de comunicación, y esta viene aparejada de una conexión pendiente con los que están fuera de la mirada de uno.

Y ahí llegó, el mal de todos los males: ¡Maldito Whatsapp!
Se venía corriendo la bola que estaba por llegar una super mega aplicación que iba a permitir estar conectados todos con todos sin importar el modelo de teléfono que se tenga, y que iba a ser gratis. Algo así como “chat para todos” --Es una ironía---
Circulo verde. Llegó. Y se fue la mirada real.
Todos estamos conectados todo el día, todos los días.
Buen día Whatsapp. Desayunemos. Cambiemos a los chicos para ir al jardín. La foto para mandarle al grupo de la abuela y hermanas. La foto de la nena llorando para mandarle a las seños del jardín a ver si dejó de llorar. En la vuelta a casa. Trabajemos Whatsapp. Te interrumpe la nota la conversación que están teniendo en el grupo de las chicas del colegio, te tomás cinco minutos. Una hora después estás en 5 grupos distintos y te equivocas las respuestas. Fotos, mensajes, ruidos. Estimulo, estimulo, estimulo. Se te pasa el día.
A todo esto, se suma el avance tecnológico de que no solo se manden mensajes de texto sino también de voz. Y ahí sí, la conversación hasta perdió su “c” inicial. Serían más monólogos que otra cosa. Una vez me mandaron un mensaje de voz de 4 minutos. Sí, 4 minutos. Y no saben la necesidad que yo tenía de hablar con esa persona, pero no así. Mi conversación con alguien importante para mi vida no iba a ser con monólogos largos donde no podamos mirarnos a la cara . Y así fue, la conversación quedó trunca, y la culpable de “no querer hablar” fue mía --Entiéndase: para mi hablar con alguien no es mandar audios. Los audios los uso para grabar entrevistas para el trabajo--.
Vamos Whatsapp tengo que ir al baño, acompañame. Me tengo que bañar, esperame. A preparar la cena, ayudame preguntándole a Mamá por mensaje cuánto tarda en hacerse la carne. No te olvides de mandar un mensaje de buenas noches.

Basta. Basta. Basta.

Por lo menos para mí. Pero, a medias. Sí, tengo algo de necesidad por ese mundo metido dentro del círculo verde.

Comienzo de la desconexión virtual
Estábamos con mis hermanas en lo de mi mamá. Charlando. Para que mi hija me deje un poco tranquila le di mi celular --Sí, no me salten al cuello, ya se que no está tan bien, pero a veces con algo tenemos que adiestrarlos, aunque sea un momento--.
Al rato, necesitaba revisar mi mundo verde, aunque no había escuchado ningún ruido que me avisara que me habían mandado mensaje. Le pido el celular, me lo da bloqueado, bloqueadísimo. Decía algo así como que tenía que esperar 316.895 minutos para poder prenderlo y poner la contraseña. Algo así como nueve meses. En el momento me relajé. Seguí charlando y comiendo, y ya cuando vine a casa empecé a desesperar, pero haciéndome la relajada. Google me ayudó a aceptar que iba a tener que resetear el celular, y muy posiblemente, perder todos mis contactos. Mi mayor preocupación era porque en Whatsapp tenía algunas conversaciones abiertas de laburo, pero bueno, no había otra opción.
Antes que eso, empecé a revolver toda mi casa a ver si encontraba un Blackberry viejo que tenia --ese culpable del quiebre al corazón--, y tal vez ahí, pueda abrir Whatsapp. Revolví todo, y me empecé a poner muy nerviosa y malhumorada, y casi que casi me olvido de que mis hijos tenían que bañarse y dormir, y yo ponerme a terminar una nota que tenía que entregar al otro día a la mañana.
Dormí poco. Ya a la mañana siguiente, me animé y restauré de cero al celular. Mucho miedo a perder todos los contactos. Empezó de cero y poco a poco se cargaba uno y otro y otro contacto. Sí, tuve suerte.
Ya contenta, con mi celular 0km y con todos mis contactos, bajo la aplicación por la cual ya estaba sintiendo abstinencia, pero nada. No se instala. Una, y otra vez. Instalo y desinstalo pero sigue sin funcionar. Me quedé sin Whatsapp.
Las últimas conversaciones importantes, además de las de trabajo, era la del grupo de amigas donde habían contado un notición. En realidad, un notición a medias, porque la confirmación iba a ser al otro día, por 
Whatsapp ¡Y yo, me quedé sin!
Me quise hacer la desentendida, pero quería saber la confirmación y así como si nada, le mandé por Facebook un mensaje y lo confirmó. A los pocos minutos, ya estaba en la casa con mi amiga, para festejar. Amiga que vive a tan solo 3 cuadras de mi casa.
Ahí fue la primera vez que el sentí un ruido extraño en mi cabeza,  y no hablo del “bipbip” que hace el del nuevo mensaje recibido.
¿Cómo podía yo quedarme esperando “en” el círculo verde semejante linda noticia cuando mi amiga, de toda la vida, vivía a 3 cuadras? ¿Podía ser tan bestia virtual? Eso fue el primer sacudón y el primer pie que saqué del enchufe. Pero todavía me quedaba otro.
Pasaron 2 o 3 días, y ya me empecé a acostumbrar. Me prestaron un celular donde pude abrirlo, pero la verdad es que no me dieron ganas de quedarme en ese mundo. Y pensé: no quiero salir del todo porque es cierto que simplifica muchas cosas, que te enterás de cosas que tal vez no te estén llamando para contarlas, o cosas prácticas o contactar gente de laburo, etc; pero no quiero esa conexión enfermiza, que por lo menos, genera en mi, hasta dolor de cabeza. Y tomé la decisión. 
Si bien, en mi celular esta aplicación no funciona, podría llevarlo a algún servicio técnico o algo así. Pero no. Dicen por ahí que se puede tener el Whatsapp en la computadora, que es el medio donde yo paso 5/6/7 horas por día.  --¿pensaron que iba a poner 6/7/8?--. Horas en las que estoy dedicada a mi trabajo, a mi escritura, a generar cosas nuevas, o al ocio también. Bueno, que en ese tiempo sea el de conexión con ese mundo virtual --y ya es bastante--, y fuera de esas horas, si necesitan comunicarme o necesito hacerlo yo, tengo otros medios.
Esta decisión fue porque pude sacar la otra pata de este enchufe adictivo virtual ,ayer, cuando iba al psicólogo. Iba pensando en todo esto, y empecé a sentir como una abstinencia real, como cuando deje el cigarrillo: ansiedad, hiperexcitación, dolor de cabeza. Eso me pasaba mientras pensaba en que no iba a estar conectada todo el tiempo. Y, a eso se suma, que mientras iba en el colectivo, de los 5 asientos de atrás, en 4 de ellos iban personas de todo tamaño, sexo y color, con sus celulares y las miradas bajas. Pensé: si ahora chocamos y nos morimos todos lo último que ellos vieron es la pantalla de su celuar. Ahí, miré por la ventana esa sensación física que describí antes se me fue. Sentí que la cabeza ya no me pesaba tanto, y tenía menos contractura. Miré para afuera, a los árboles, por si llegaba a suceder mi predicción, Y, antes de bajar del colectivo me puse a pensar en el dibujo de la evolución humana, y donde nuestros comienzos son como monos encorvados. Miré de nuevo a los chicos que estaban mirando su celular, y estaban tan encorvados como ellos.


Sepan entender si alguna vez pierdo la mirada de este escrito y vuelvo a la pantalla. Hay veces que es necesario conectarnos con la vida ajena para no atravesar lo que sucede realmente en la nuestra.

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Ceci

miércoles, 27 de junio de 2012

Apuntes para un hipotético Manual de Gorilismo

Por Mempo Giardinelli 

(Contratapa Página 12- 27 de junio)

 Dicho sea con perdón de los gorilas africanos, que son simpáticos, encantadores a veces, y no merecen que así se designe despectivamente a otras especies, es sabido que en la política argentina decirle “gorila” a alguien implica el señalamiento de cualidades que se suponen negativas. El así designado suele ser persona de clase media o alta, ultraconservadora, retardataria y temerosa de todo posible cambio, que aprueba los autoritarismos cuando le conviene y, sobre todo, visceralmente antiperonista.

No importa si su origen ideológico son las dizque derechas o izquierdas, o el siempre improbable centro. Lo que interesa, para esta modesta reflexión, es que el gorilismo describe una actitud argentina perfectamente identificable, que reaparece de manera circunstancial y que, en los últimos tiempos, aflora mediante alianzas inesperadas, asombrosas y que podrían ser divertidas si no fuera que son también peligrosas.

Identificar el gorilismo es fácil, ya que sus manifestaciones son el desprecio racista, el resentimiento de clase, un irreductible comportamiento necio, una decidida e indisimulable intolerancia y una ignorancia pertinaz (salvo en sus núcleos intelectuales, minoritarios, donde hay notables gorilas letrados).

El gorilismo hace que algunas personas tanto aplaudan a quien los manipula, utiliza y arruina, como insultan a los que tienen al menos la voluntad y el deseo de generalizar una vida mejor para la especie. Por ejemplo, el gorilismo dice compartir la idea de que la educación es el camino idóneo para el mejoramiento de los pueblos, pero consiente el cierre de escuelas y el maltrato a la docencia, y ni se diga de sus programas educativos, generalmente retrógrados

Desde luego les encanta la austeridad, pero de los otros. El gorilismo sabe y reconoce y admira que en los países del Primer Mundo se paguen impuestos, pero no quieren pagarlos aquí, y se autoconvencen con la fácil excusa de que “lo que pasa es que acá se roban la plata para hacer caja”.

Al gorilismo lo constituyen miles de personas de bien, quede claro. Suelen ser buenas personas, simpáticas, amistosas, que gustan del asado y el buen vino como cualquiera, pero tienen la curiosa peculiaridad de que cuando mejor les va en materia de trabajo y bienestar, es cuando más se quejan. Y por rarísima e inexplicable razón, no soportan que los que están más abajo en la escala social quieran ascender socialmente mediante trabajo y esfuerzo, de igual modo que la inclusión social les parece apenas demagogia.

Otra extrañísima actitud de muchos gorilas es que combaten alegremente las medidas de gobierno que los benefician, a la vez que sienten una inexplicable nostalgia inconfesada por todos los que le arruinaron presentes anteriores, por caso el señor Domingo Cavallo.

Desde luego se exacerban cuando escuchan o pronuncian palabras que los irritan. Por ejemplo “Perón”, “Evita”, “Kirchner” o “Cristina” son vocablos que instantáneamente les enturbian el cerebro y los llenan de un odio incontrolable hacia “negros”, “bolitas”, “extranjeros”, cartoneros y pobres de cualquier condición (aunque los gorilas de izquierda retóricamente siempre creen estar del lado de los pobres).

Los gorilas de cepa son muy gritones, porque no escuchan, y metafóricamente les crecen pelos, cejas y barbas a la par que una insólita dureza verbal los conduce a una especie de rara furia asesina. Basta leer los comentarios de los lectores de La Nación, Clarín o Perfil, plagados de estos especímenes gorilísticos, donde se alcanzan niveles tan grotescos que espantarían incluso a Don Bartolomé Mitre y a Roberto Noble, y encima con errores ortográficos que horrorizarían a mis maestras de la Escuela Benjamín Zorrilla.

El gorilismo se completa, desde luego, con el oportunismo de políticos y periodistas que en su afán de capitalizarlos creen que hay que entender a los gorilas y entonces les señalan caminos inútiles, los irritan con mentiras sin disimulo y les tocan lo que rima con tal de utilizar su capacidad simia de chillar y armar escándalo, por ejemplo cacerola en mano.

Claro que lo más asombroso, como vemos estos días, es la coincidencia entre el gorilismo tradicional (de origen paquete y derechoso, nostálgico de los supuestos buenos, viejos tiempos de milicos y genocidas) con el gorilismo de izquierda, todo servicio y extravío, y cuya única coherencia histórica es haber pishado siempre fuera del tarro.

Convocados ahora por el señor Hugo Moyano, morocho ex proletario al que hasta hace poco detestaban, se ocuparán entre todos de que Buenos Aires (y no todo el país, que los mirará una vez más con azoro y alarma) sea un caos total.

Es de esperar que el Gobierno no meta la pata y entonces, maravilla de la democracia, veremos caceroleros de Barrio Norte bajo banderas rojas, y a los señores Moyano, Macri, Patricia Bullrich y Cecilia Pando en alegre montón. Con ellos se manifestará el gorilismo porteño, que luego regresará a sus casas a ver cómo los multimedios les cuentan y muestran lo que quieren ver y escuchar.

Sólo cabe rogar que, esta vez, los gorilas vernáculos se parezcan a sus simpáticos primos del tren que inventó Osvaldo Soriano en memorable novela, y no generen violencia. Ese es el único miedo que el gorilismo provoca, y lo único que las tolerantes mayorías argentinas no quieren, desprecian y rechazan.


viernes, 1 de junio de 2012

Revolución Balconera


 LOS INDIGNADOS ESTÁN VERDES 


Antes de empezar a escribir esta nota tengo que pedir disculpas, porque todo esto me causa un poco (bastante) de gracia. Hace poco, alguien me hizo reflexionar sobre la “indignación”, y tenía razón, el indignarse no sirve. Pero el reírse, muchas veces, si.
 
Mayo terminó con una batucada algo silenciosa, y sectorial. A eso de las 8 de la noche, en algunos pocos barrios porteños, un que otro indignado hacía sonar su cacerola. Queriendo traer al presente un pasado ruidoso incomparable, los balcones se prendían y apagaban al son de señoras sacudiendo cucharones, o golpeando las barandas de sus acogedores departamentos.

¿A qué se debió la revolución balconera?  Al mayor control para el cambio de la moneda Nacional por la extranjera (a lo que los indignados llaman “cepo”).

A esto, se sumaron algunas voces que protestan por la reforma impositiva al campo, por la inseguridad, por la Kretina que compra carteras caras, porque la Yegua se viste de negro, por el que “se vayan todos”….. Ah!, y en algún que otro medio,  se dice que también “es por la Justicia” (da la casualidad que a este Grupo no le conviene que la Señora  de la balanza se haga presente).

Más allá de quién fogonea este “Kacerolazo” (que no hace falta ser muy vivo para darse cuenta *), creo que lo que hay que reflexionar es el por qué del ruido metalero.

La necesidad  principal por la que se unieron para protestar: Quieren dólares para viajar, para ahorrar, para guardar debajo del colchón y para sentirse más unidos a sus “hermanos”.

Las cacerolas, para esta clase de gente (y no me refiero a “gente de clase”) están siempre llenas. Ya sea de sabrosa y contundente comida, o de quejas y ruidos egocéntricos. Ellos tienen ollas para llenar sus estómagos, como así  también, para vaciar sus pensamientos en consignas fascistas.

Pero no todos  pueden jugar con sus elementos de cocina, porque: o no los tienen, o no los pueden llenar. Gracias a este modelo, estas voces se están oyendo . Por suerte, por el 54% de los argentinos.

No hay ninguna duda que el pensamiento oligarca sigue presente y potenciado,  pero  gracias a la crispasión de nuestra Presidente, son sólo ideas agrupadas en cabezas ignorantes.

Es paradójico que la ignorancia, mucha veces, se la relacione, con los que menos tienen, con los que más necesitan (económicamente hablando), porque creo, que con el ruido a cacerola de ayer y de hoy, quedó más que claro, que quizás, lo que necesiten golpear…sea otra cosa.


 Por último les dejo algo que leí por ahí:

"Indignados Chile: exigen Educación Pública y Trabajo.
Indignados Estados Unidos: exigen Pan y Trabajo.
Indignados Grecia: exigen Pan, Trabajo, Educación y Libertad.
Indignados España: exigen Pan, Trabajo y Hogar.
Indignados Canadá: exigen Educación Pública.
Indignados Argentina: exigen poder COMPRAR DÓLARES."
 

(*Si necesitás más pruebas de que la cacerola se pone en la hornalla por el Grupo C., entrá aca)


lunes, 2 de abril de 2012

30 años de Malvinas en tapa

SIN PALABRAS...

SINVERGÜENZAS

POR SUERTE....

HOY HAY OTRAS VOCES








lunes, 19 de diciembre de 2011

Papel para TODA la Prensa




lunes, 12 de julio de 2010

Matrimonio entre Gente Rara


Estoy completamente a Favor de permitir el Matrimonio entre Católicos.

Me parece una injusticia y un error tratar de impedírselo.
El catolicismo no es una Enfermedad. Los católicos, pese a que a
muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben
poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo,
informáticos u homosexuales.
Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de carácter de
las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo,
pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían
esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado
rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la
exhibición pública de imágenes de torturados, pueden incomodar a
algunos.
Pero esto, además de ser más una imagen mediática que una realidad, no
es razón para impedirles el ejercicio del matrimonio.
Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un
matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto
religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas. También, dado que
los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la Iglesia,
algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen
incrementará el número de matrimonios por "el qué dirán" o por la
simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio),
incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias
desestructuradas. Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra
sólo en las familias católicas y que, dado que no podemos meternos en la
cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.
Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser
llamado de otra forma no es más que una manera un tanto ruin de desviar el
debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: aunque sea entre
católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.
Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente sobre el que
mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: también estoy a favor
de permitir que los católicos adopten hijos.
Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es
probable que alguno responda con exclamaciones del tipo "¿Católicos adoptando
hijos?
¡Esos niños podrían hacerse católicos!".
Veo ese tipo de críticas y respondo: si bien es cierto que los hijos
de católicos tienen mucha mayor probabilidad de convertirse a su vez en
católicos (al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o
la homosexualidad), ya he argumentado antes que los católicos son
personas como los demás.
Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas
evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un
hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una
influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción
juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la
idoneidad de los padres.
En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que
debería permitírseles también a los católicos tanto el matrimonio como la
adopción.
Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales".

por: Anónimo

(Este mail llegó hoy a mi: sin firma pero con identidad. Vale la pena: Reflexionar)

jueves, 24 de junio de 2010

Villa Pueyrredón


LA PLAZA DEL NOMBRE ILEGAL

por Ceci Castillo


La plaza ubicada en la estación de tren del barrio lleva consigo una gran polémica. Durante la última dictadura militar fue inaugurada con el nombre del represor Lonardi. En 2002 los vecinos comenzaron a presentar proyectos para el cambio de nomenclatura y para reconocerla como espacio de la memoria. Todos fueron encajonados, salvo el presentado por el PRO.

"La plaza de los niños, Dr. Gianantonio" es el nombre que lleva hoy, aunque no se haya cumplido el proceso legal de aprobación.


Todo cambio en la nomenclatura urbana tiene un proceso que debe ser respetado: se presenta un proyecto en la Legislatura, tras su aprobación se discute en Audiencia Pública, y luego debe volver al parlamento para su aprobación definitiva (se necesita mayoría especial de 31 votos) .Pero esto no sucedió con la plaza de la estación de Villa Pueyrredón, la cual fue reinaugurada este año con el nombre “Plaza de los Niños, Dr. Carlos Arturo Gianantonio”, sin haber respetado el último paso.


“Esto es ilegal porque hasta ahora la ley no se aprobó”, denuncia Ignacio uno de los vecinos, quien forma parte de la asamblea barrial que hace años viene luchando porque el predio sea llamado “La Plaza

del Nunca Más”.


Este espacio verde fue inaugurado durante la última dictadura con el nombre del represor Eduardo Lonardi.


El 24 de marzo de 2002, en un nuevo aniversario del último golpe militar, los vecinos del barrio, tomaron la iniciativa para cambiar el antiguo nombre de la plaza. “Luego de varias propuestas, “Nunca Más” ganó el apoyo de la mayoría”, cuenta Ximena, una de las vecinas del barrio.


Otros de los nombres que resonaban para la plaza era el del cura confesor de Evita, “Padre Benitez”, pero tampoco fue tenido en cuenta por la Legislatura Porteña. Ambos proyectos fueron encajonados. Fue la diputada macrista Silvia Majdalani quien presentó y logró la plaza sea llamada en homenaje al pediatra Gianantonio.


“El Dr Gianantonio fue un gran pediatra, no tenemos nada contra él. Sólo nos parece que nombrar así a la plaza no expresa el sentido social. Desde hace más de ocho años, que este es el espacio para la memoria en nuestro barrio”, cuenta Ximena y agrega que para los vecinos el “Nunca Más” no solo está vinculado a los “atropellos de los derechos humanos del pasado, sino también a ese nunca más para el hambre, la esclavitud y la exclusión”.


Pero el espacio verde que ocupa las calles Obispo San Alberto, Condarco, José León Cabezón, Ladines, Artigas y vías del ex Ferrocarril Mitre) no sólo trae controversias por la ilegalidad del procedimiento, sino también una disputa entre los mismos vecinos.


En contraposición a lo expresado por Ximena otro vecino, Fabián, asegura que “todos estaban de acuerdo en cambiarle el nombre, pero las discusiones comenzaron por cuál iba a ser. El proyecto de pedir que le pusieran Nunca Más no tuvo apoyo masivo”, y agrega que para él “ese nombre no es para un lugar donde los chicos van a jugar”.


Ante la declaración de este vecino, Ignacio –que estuvo presente en la audiencia pública- se pregunta “¿Cómo puede alguien decir que de los 40 mil habitantes del barrio, la mayoría no quiere ese nombre? ¿Cuál es su autoridad? ¿A quién representa?”. Y cuenta que todos los años se hace un acto en la plaza recordando a las víctimas del terrorismo de estado.


“Esa es la simbología del nombre. La cantidad de vecinos que apoyan esto no se puede saber. De la misma manera no podría decirse que la mayoría lo rechaza”, reflexiona Cirigliano.

Para Fabián la memoria se debe mantener activa, pero puede ser de otra forma: “El Nunca Más esta bueno porque forma parte de nuestra historia, pero creo que una placa de conmemoración es suficiente”.


El grupo de facebook de la página web del barrio fue otro de los espacios donde se genero esta discusión. La mayoría -de los que opinan en este foro- apoyan el nuevo nombre sin poner el por qué, otros preguntan quién fue el Dr. Gianantonio, y también están los que proponen otros nombres.


A pesar de estas opiniones, Ignacio asegura que desde hace 9 años, un centenar de vecinos, tomó ese lugar como el espacio de la memoria. A la vista de todos parece ser así: en un sector de la plaza está el nombre de los desaparecidos del barrio, de los trabajadores desaparecidos de la fábrica Grafa, un símbolo de Villa Pueyrredón”.


Pero parece ser que las discusiones de los vecinos, sea por el Nunca Más, o por cualquier otro nombre, son mudas antes las autoridades. La ilegalidad y el acallar las voces, están nuevamente, presentes en el barrio.


(esta nota salió publicada en Diario Z hoy: 24 de junio de 2010, con algunas modificaciones)

jueves, 10 de junio de 2010

Teatro 25 de Mayo


Un teatro para fines políticos

por Ceci Castillo

Los vecinos lograron que el 25 de Mayo recuperara su esplendor, pero denuncian que el gobierno porteño le quitó autonomía cultural.


Para ver más: en Diario Z (del jueves 10 de junio) o click aquí

martes, 23 de febrero de 2010

El Taxista Solidario en:

"HAY QUE EMPEZAR A BAJARLOS A TODOS"



Un criminal no nace sino se hace, y muchas veces todo comienza por una conspiración de las neuronas que crean pensamientos casi Hitlerianos. Así fue como hoy, un señor que trabaja en un taxi casi las 24 horas del día pudo hilar sus pensamientos en una frase abrumadora, pero contundente y según él la solución que este país necesita: “Hay empezar a bajarlos a todos”.

Para adentrarnos en la situación el diálogo venía de la mano del discurso cotidiano de la inseguridad, que para él se debe a que no se está haciendo nada porque “los chorros siguen vivitos y coleando por ahí”. El tema tan común surgió de una situación observada por el hombre mientras paró en un semáforo: un joven que no tenía más que 30 años y consumido por las drogas (vaya a saber cuál) y por una cierta locura urbana, caminaba a lo zombie por la calle con un vidrio roto en la mano “como si estuviera esperando a su presa”.

Retomemos al protagonista de la historia que es este señor conductor, quién a su criterio no es un hombre común, porque para él: su pensamiento y su propuesta son la solución social que tanto esperamos, lo que lo convierte en “El Taxista Solidario”.

Para los no entendidos, lo explica de la siguiente manera: “Aunque mí no me robaron nunca, lo que yo busco que se termine esto, y todo lo que digo es en apoyo al Pueblo Argentino, en apoyo a las personas…” y sigue…”Lo mejor es darle un tiro en la cabeza porque así solucionamos dos cosas: el fin de la inseguridad, y por otro lado, al darle en el medio de la cabeza, se pueden usar los órganos para una persona”.

“Persona, persona, persona”….varias veces repite esa palabra, y allí la diferenciación que hace este hombre, es la apoyada por muchos, ya que el denominado “chorro” no es persona (según la teoría urbana hitleriana), sino que es simplemente un “chorro”.

¿Acaso el “taxista” no es persona? ¿ Es solo taxista?

Sin hacer apología del delito ni mucho menos:

¿Será que para este hombre el ser “chorro” es una profesión por elección?

A pesar de la barbarie que comanda la propuesta ya no sorprende, porque en muchos se ha instalado como un discurso cotidiano. Pero si, este tachista es más original porque propone asesina a unos y darles sus órganos a UNA PERSONA (¿?)

No me acusen antes de tiempo, porque en esta reflexión no estamos hablando de asesinos seriales, de violadores o de super criminales, sino que simplemente todo surgió a partir de un hombre desbordado de locura (nuevamente: vaya a saber uno por qué) que tenía un vidrio en la mano, y que por lo visto aún no existía la “presa” supuesta.

Muchos pensarán que estoy haciendo apología del delito…pero disculpen lectores, no se equivoquen entre el redactor (en este caso yo) y el protagonista de esta historia real: no hay mucho más que reflexionar…este hombre está invitando al crimen al emitir tamañas barbaries.
Y por si fuera poco, la charla termina cuando este señor le pone un moño a la conversación señalando a unos niños que no superan los 4 años de edad y sin esbozar ningún tipo de titubeo asegura: “Ves, a estos hay que matarlos de chicos, porque ya tienen el potencial de chorros en su sangre”.


Ahora: ¿Quién es el criminal?


jueves, 12 de noviembre de 2009

Ahora se acuerdan

REPRIMAN…
SUS PENSAMIENTOS POR FAVOR!


Estoy harta, podrida, ya me da asco y hasta un poco gracia.
Basta por favor, basta de conductoras fascistas pidiendo mano dura, basta de pseudo periodistas hablando de los derechos humanos ( que a ellos les conviene), basta de Señoras multimillonarias que piden justicia social a la vez que muestran sus ostentosas joyas en tv.
Sí, basta…esto no da para más.



Ahora se acuerdan…ahora piden justicia.

La diva de Barrio Parque tendría que atar un poco su lengua, porque ya desde principio de año que las barrabasadas que salen de allí no pueden justificarse de ninguna manera: El que mata tiene que morir”, decía allí por Marzo, cuando asesinaron a su florista. “Basta de eso de los derechos humanos”, fue otra de sus frases celebres.

Acá retomo lo que leí en la carta de lectores de un diario en su momento: un hombre reflexionaba que si hay que seguir con el mandato de la Su, entonces ella también tendría que morir, porque no hay que olvidar la causa en la que se acusa a la diva de truchear concursos, donde supuestamente la plata iba destinada a gente sin recursos, esa plata nunca llegó y muchos murieron por promesas incumplidas…entonces:¿Su tenés que morir vos también? o mejor dicho: ¿Habría que matarte? Demasiada muerte en un solo párrafo (o en un solo cerebro) no hace bien a nadie, creo yo.

Y ahora le molestan los cortes de la gente que pide libremente por sus derechos (y que tiene el derecho constitucional de hacerlo):"Estoy harta de escuchar 'que no repriman', si no reprimen es un caos”, dijo la rubia.

Igual no nos sorprendamos, porque fue esta misma mujer que en 1978 fue a almorzar con la Sra. de los almuerzos y aseguró firmemente que el Mundial de ese entonces había “argentinizado” al pueblo (¿?). Sí Giménez mientras vos degustabas comida gourmet, muchos argentinos degustaban la picana.

¿Mano dura? ¿Qué se reprima? …les falta decir “con los militares estábamos mejor”. Acaso: ¿no fueron ustedes y serán las eternas estrellas que se quedaron mudas y hasta apoyaron la dictadura más violenta de la Argentina?

En el programa del que hablaba anteriormente (las dos rubias en la mesa en los años de mayor morbosidad argentina), la conductora dijo sin titubear: “Lo que estamos viviendo ahroa es una campaña organizada”

- Perdón, necesito reirme y llorar a la vez, no puede ser que frases así se hayan oído o se oigan en medios de comunicación-.

Y mi pregunta es: ¿No te abrás confundido Legrand, y lo de ahora es una campaña organizada? Y vos, Rial, que te quejas tantos de los cortes...hoy te falló el discurso cuando dijiste que se estaba organizando una marcha de famosos y que ese “era un derecho”…¿entonces?

Igual es entendible que estas estrellas estén conmovidas con los sucesos actuales, porque ahora a Susana se le complica andar en subte (¿?), Mirtha no puede ir al Supermercado porque le roban en el camino (¿?) y a Rial se le retrasa el programa porque sus gatos tardan más en llegar por los cortes (¿?)

Tienen razón: Hay que reprimir
reprimir un poco el discurso muchachos.



“Cuando el pueblo pierde la memoria llega a un punto de idiotismo histórico. En la medida que un pueble no tiene conciencia de sí de su pasado no puede contribuir con su presente”
(José P. Feinmann)